¿Cuántas veces nos sentimos o nos hemos sentido “poca cosa”, pequeñitos o, más técnicamente, con baja autoestima? ¿Cómo nos sentimos en esos momentos? ¿Sentimos que podemos hacer frente a lo que nos está sucediendo? ¿Nos gusta sentirnos así? ¿Evitamos exponernos a situaciones donde, a priori, ya entrevemos que nos vamos a sentir así?
Por otro lado, ¿qué nos sucede cuando sentimos o hemos sentido que algo está a nuestro alcance? ¿Cuando sentimos que confiamos en nuestras capacidades y recursos para salir exitosos, salir satisfechos de la situación en la que estamos?
¿Con qué sensación nos quedaríamos? ¿Cuál nos gustaría sentir?
(foto cogida de internet de la revista digitial guía del niño)
Probablemente, la mayoría elegiríamos sentirnos capaces, confiados, “empoderados” (si empleamos esta palabra de moda), pero… ¿Y si esperamos un momento antes de elegir y, como siempre nos gusta hacer, nos cuestionamos esto? A priori, puede parecer un sinsentido. ¿Quién va a preferir sentirse mal?
En este artículo de hoy destacaremos la importancia de la autoestima y el autoconcepto. Ambos son dos términos utilizados en psicología. Además al final os dejaremos unos ejercicios muy sencillos para trabajar tu autoestima. Lo podrás hacer para tí o si tienes hijos, con tus hijos. Sigue leyendo y verás…
El autoconcepto engloba el conocimiento, la idea que tenemos sobre nosotros mismos. Está formado por los diferentes roles que desempeñamos, los contextos en los que nos desenvolvemos, actividades que realizamos, rasgos personales, estados de ánimo en cada ocasión. También se incluye en el autoconcepto el conjunto de creencias, percepciones y evaluaciones que hacemos de nosotros mismos, por ejemplo, sobre nuestra apariencia física, capacidades, expectativas, modos de comportarnos, etc.
En definitiva, sería un cómo somos… como amigos, profesionales, parejas, gerentes, empleados, etc.
El autoconcepto es dinámico, flexible, cambiante, multifacético, en función de los contextos en los que nos desenvolvemos, acontecimientos vitales experimentados, los roles sociales que desempeñamos (y cómo lo hacemos) y el tipo de relaciones que mantenemos (y con quién).
Una cuestión a tener en cuenta es que creemos que ese conocimiento sobre nosotros mismos define nuestra manera de ser.
En cuanto a la autoestima, hace referencia a la valoración que hacemos sobre nosotros mismos, sobre todo lo incluido en el autoconcepto. Es la evaluación y lo que sentimos en lo recogido en el autoconcepto. Está relacionado con cómo nos valoramos de manera positiva o negativa y si mantenemos una relación de afecto con nosotros mismos o, por el contrario, nos criticamos, nos machacamos, etc.
¿Cómo se forman? El filtro para la selección e interpretación de la información referida a uno mismo se obtiene a partir de las relaciones sociales, de las comparaciones y juicios de valor de los demás. Pero en la base está lo que Bowlby (1969) mostró acerca del impacto de las experiencias tempranas vividas con nuestros principales cuidadores, más concretamente, nuestros padres.
Por lo tanto, cómo nos sentimos con nosotros mismos, cómo creemos que somos, qué capacidades creemos que tenemos, qué podemos lograr, qué nos merecemos, etc. viene determinado por la multitud de experiencias que hemos tenido a lo largo de la vida, pero sobre todo queda fijado en la infancia. Así, cuando somos adultos y nos enfrentamos a una situación en la que nos sentimos “poca cosa”, sin valor, pequeñitos, no nos damos cuenta que estamos mirando esa situación a través de unas gafas que nos pusimos de niños y sólo vemos lo que vivimos de una determinada manera, vemos únicamente ciertos colores…
Pero… ¡Eso es maravilloso! ¡Eso quiere decir que el problema son las gafas! ¡Entonces podemos cambiar! ¡Entonces podemos sentirnos mejor en momentos que antes no! ¿Acaso no es esto maravilloso?